Y es que la Fundación Alfred Nobel no nos ha dejado otro camino que canonizar al señor Obama cuando algún día haga algo por lo que sea digno de pasar a la historia (aparte de por ser el primer presidente no blanco, que tiene mérito, pero no tanto).
La concesión de este, antaño prestigioso, premio es una vergüenza tanto para todos aquellos que de verdad merecieron tal reconocimiento como para aquellos que mereciéndolo no lo recibieron, ni lo reciben ni lo recibirán.
Mucho me temo que más que un acto de reconocimiento hacia el señor presidente, la fundación a perpetrado un acto propagandístico de magnitud planetaria.
Menos mal que, al menos, el afortunado a manifestado sentirse sorprendido y reconoce que a su juicio "no se lo merece". Si señor, ¡ese es el camino de la santidad!
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